jueves, 15 de septiembre de 2011

A LOS MAESTROS DE MEDINA SIDONIA


[de parte de Laureano Rodríguez con afecto]
Aquí reproduzco una de sus intervenciones que nos obsequió en unas jornadas que tuvo lugar en la ciudad de Medina Sidonia

        Para Juan Ramón Jiménez, todos los esfuerzos que se hacen en pro de la cultura en cualquier rincón del cielo y de la tierra, son baldíos si no se sustentan sobre un sistema educativo sólido y eficiente. El poeta, que se había formado en los principios de La Institución Libre de Enseñanza de don Francisco Giner de los Ríos, atribuía a la educación un papel fundamental en el progreso material y espiritual de cualquier pueblo, aunque cuando escribe a este respecto lo que escribe, se está refiriendo al pueblo de Puerto Rico, la Isla del Encanto y de la Simpatía, desde donde él emprendería su Viaje definitivo.

[La enseñanza]

        “Siempre he creído (y lo he escrito en otra ocasión) que quien llega a un nivel determinado en una disciplina cualquiera (arte, religión, ciencia, etc.) llega fatalmente a igual altura en cualquiera otra disciplina, aun cuando no la profese ni la practique; es decir, que un poeta exigente, por ejemplo, cuando oiga hablar de química, exigirá en el que habla la misma exigencia que él tiene en poesía. Esto ocurre porque la cultura particular supone un cultivo general. Cultura y cultivo tienen que marchar siempre de acuerdo. Y el acuerdo es muy importante en la relación entre discípulo y maestro, ya que tanto se cultura y se cultiva el maestro explicando, como el discípulo oyendo. La unidad de avance entre maestro y discípulo es el secreto más pródigo de la enseñanza. Si no existe esa unidad, poca ilusión puede haber en uno y en otro; y si no hay ilusión en ellos, la enseñanza y el aprendizaje no existen.

        La ilusión, la alegría, la ambición, el amor son necesarios para la enseñanza correspondida y sin esas fuentes no es posible que despierte una vocación, ni es posible continuarla si se ha encontrado…

        Pensemos en un maestro que tiene que ir a enseñar a una ciudad poco importante, [no es el caso de Medina] donde los elementos generales de cultura son escasos o vulgares. Si ha cultivado su inteligencia y su espíritu, podrá conseguir quizás formar un oasis en esa ciudad aislada. Las universidades, [los institutos] y las escuelas deben ser oasis de gozo, ya que la enseñanza no puede considerarse como un medio de vida, aunque de ella se viva, sino como un fin que va consumiendo la vida como alimento; porque la parte material necesaria para vivir física y moralmente sería también más suficiente si los administradores pudieran contagiarse también de la ambición de los administrados, de la alegría, el amor y la ilusión que emana de ellos.

        Lo importante en la enseñanza es la calidad que se destila por el maestro en el espíritu del estudiante y la calidad de la existencia de éste: gotas de oro, chispas de diamante, y mucho espacio y mucho tiempo para colmar despacio la vocación. El ocio lleno debe ser también cultivado; descanso lento debajo del árbol de la existencia, donde dejar que se ajusten las clavijas de la existencia sucesiva. Este pensar con tiempo traería el respeto considerado entre discípulo y maestro, respeto basado en la confianza y en los dos sentidos de ella: confianza como franqueamiento simpático de entrega segura y confianza en la verdad de la experiencia del maestro.

        La enseñanza no puede ser burda, majadera, barata, pero si debe ser alegre y viva. Un  maestro debe ser siempre como un aristócrata sencillo de intemperie, sin vanidad ni superstición de la cultura, ya que esta religión de la verdad y la belleza científicas o literarias son la expresión más grande que el hombre puede conocer seguramente; porque la comprensión de la conciencia, como arquetipo máximo, es su única justificación. Dios, es decir, el principio, no ha sido, sino que será en el fin, y por la inteligencia y el espíritu del hombre; y si fuera en el principio no sería sin ser comprendido por el hombre hasta el fin.

[El maestro]

        Es necesario que todos piensen en lo que significa un niño, un hijo a un primer maestro. El niño llega a la escuela enteramente nuevo; y el maestro debe empezar a cultivar sus sentimientos y sus ideas tanto como su instinto. Esa norma temprana será decisiva para toda la vida del niño. De modo que el maestro debe poseer todos los medios imaginables de cultivo y cultura, esa cultura y ese cultivo que no podrá comunicar sin comprensión verdadera. Debe poder estudiar todo el tiempo necesario, viajar, comprar libros, asistir a conciertos, conferencias, actos sociales de todo género; y todo esto necesita medios materiales, necesita dinero, ésta es la palabra, ¡que palabra!.

        Aumentando su sueldo, se aumenta la calidad del maestro. No hay que hacerse ilusiones de individualismo suficiente. Si esta profesión estuviera bien retribuida, no la recogerían los más necesitados de libertad familiar, irían a ella ricos y pobres, los más cultivados ya por sus familiares y los más incultos. Todos somos iguales, pero fatalmente en una familia de mejor posición social, familia de médicos, abogados, ingenieros, etc., el niño asimilará más cultura, viajará más, tendrá más ocasiones de emplear su curiosidad natural. Para que todos, maestros y niños, puedan estar en iguales condiciones, lo importante es la dignificación de la carrera.

Piensen en esto los que derrochan el dinero sin ton ni son. Piensen en la siembra fecunda ideal y presientan la alegría que una siembra de esta naturaleza significaría para todos.


                                                        Juan Ramón Jiménez
                                                           Isla de la Simpatía

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